El Estado de Palestina es un país árabe dividido en dos partes a causa de la ocupación de Israel, que ha usurpado la mayor parte de su territorio.
Desde 1948, la región ha sido disputada por los palestinos y militantes extremistas sionistas, apoyados estos últimos con dinero y armamento de Estados Unidos.
Tras muchos años de luchar por conseguirlo, Palestina fue reconocida como “Estado Observador no miembro” de la ONU el 29 de noviembre de 2012, a través de la votación de la Resolución 67/19. La decisión se tomó en la Asamblea General. En la misma, hubo 138 votos a favor del reconocimiento de Palestina como Estado.
Un poco de historia: La Nakba
El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de la Naciones Unidas aprobó la Resolución 181 con la que daba luz verde a la partición de Palestina (55% para el nuevo estado sionista y 45% para el árabe), en un supuesto intento de acabar con los enfrentamientos que se vivían en la zona. En mayo de 1948, David Ben Gurión declaró unilateralmente la creación del Estado de Israel, lo que desencadenó la intervención militar de los Estados árabes vecinos. Al final de esta primera guerra árabe-israelí, el régimen sionista de ocupación amplió la superficie de su territorio, tomando el 78% de la Palestina histórica. La Nakba (“El Desastre”, en árabe), supuso la destrucción de 389 pueblos y la huída de casi 800.000 palestinos, formando lo que sería la mayor población refugiada en el mundo en ese momento. A pesar de la legislación internacional (Resolución 194 de la ONU de diciembre de 1948), los refugiados nunca pudieron volver. Toda esta catástrofe fue perpetrada por los dirigentes sionistas que querían establecer el Estado de Israel en las tierras de los palestinos, pero sin los palestinos.
Durante la Nakba, los sionistas, a la fuerza, forzaron a los palestinos a dejar sus tierras, aldeas y hogares y a escapar con lo que podían cargar. A muchos los violaron, torturaron y masacraron. Para asegurar que no volviesen, arrasaron casi por completo las aldeas, olivares y naranjales de los palestinos. Cuando el Nakba terminó, habían ocurrido 31 matanzas documentadas, sepultaron a 531 aldeas y 11 barrios urbanos. Cambiaron los nombres de aldeas y caminos del idioma árabe al hebreo. Destruyeron mezquitas antiguas e iglesias cristianas. Levantaron parques, pinares (árboles no nativos de la región) y colonias israelíes encima de muchas antiguas aldea palestinas. Todo eso tuvo por objeto eliminar todo rastro físico que demostrase que las tierras pertenecían a los palestinos.
“La limpieza étnica de Palestina”, de Ilan Pappe, un historiador israelí y conferencista de la Universidad de Haifa, explica los años de la Nakba. El experto demuestra que aquella tragedia fue lo que el Derecho Internacional considera un crimen de lesa humanidad. Para sustentar esta tesis, el autor da varias definiciones de diferentes fuentes actuales, advirtiendo que nos encontramos ante «una zona de diversas etnias que se está convirtiendo en un espacio étnico puro». Ilustra cómo la matanza y/o la expulsión forzada de los armenios en Turquía, de los tutsis en Ruanda y de los croatas y bosnios en la antigua Yugoslavia es similar a lo que los sionistas hicieron en gran escala contra los palestinos en 1948. Y que aún hacen hoy.
Desde entonces, el proyecto sionista y la colonización de toda la tierra palestina se han ido consolidando a través de una política de hechos consumados. En 1967, la continua violación del Derecho Internacional y las Resoluciones de la ONU por parte de Israel, se volvió más flagrante: después de la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó ilegalmente Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza, sometiendo al pueblo palestino a vivir bajo asedio. A mediados de 2002, Israel pone en marcha la construcción del Muro del Apartheid. Esta aberración, cuyo trazado se establece sin tener en cuenta en ningún momento la línea verde trazada por la Naciones Unidas en 1967, supone la confiscación y anexión de facto del 50% de las tierras palestinas de Cisjordania.
A todo esto se le suma la colonización de la tierra palestina a través de cientos de puestos de control y la implacable expansión de asentamientos (colonias), más asesinatos selectivos de líderes de la resistencia, arrestos ilegales de opositores y continuos castigos colectivos, así como la descarada limpieza étnica, las políticas discriminatorias con los árabes que viven en los territorios ocupados y la negativa al retorno de los palestinos en condición de refugiados.
La prolongada ocupación israelí de los territorios palestinos incrementa los ciclos de violencia y sufrimiento en la región. Nada indica que esta situación vaya a cambiar sustancialmente en los próximos años. La previsión de este escenario descansa, fundamentalmente, en la manifiesta y sistemática negativa de Tel Aviv a poner fin a su ocupación militar. Por si quedaba alguna duda, el propio Netanyahu se encargó de disiparla durante los ataques a la Franja de Gaza en el verano de 2014. En ese momento manifestó que “nunca aceptará” un Estado Palestino plenamente soberano en Cisjordania. No se refería a una supuesta desmilitarización, sino a que no tenía cabida otra entidad estatal —con existencia soberana e independiente— al oeste del río Jordán que no fuera la israelí. Su rechazo a un Estado Palestino fue reiterado durante la pasada campaña electoral israelí, en marzo de 2015.
La resolución de la cuestión palestina no se reduce solamente a los territorios ocupados por Israel en 1967, sino que la raíz del problema remite a la limpieza étnica de 1947 y 1948. La intransigencia israelí se asienta en el tradicional respaldo e inmunidad internacionales; en una potente maquinaria militar; y en un aparato de propaganda que culpabiliza a las víctimas y descalifica toda crítica a su política.
Operación “Plomo Fundido”: Una de las mayores masacres del siglo XXI
La Franja de Gaza es una reducida porción de tierra de 350 kilómetros cuadrados donde sobreviven 1.800.000 palestinos. Es la región más densamente poblada del planeta, donde sus pobladores no pueden salir de su territorio. A la Franja no puede entrar ni salir un solo producto sin la autorización de Israel, es un verdadero gueto.
La Masacre de Gaza, también denominada Operación Plomo Fundido por las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI), fue una ofensiva militar desde el aire, tierra y mar, precedida por una criminal campaña de bombardeo aéreo sobre la indefensa Franja de Gaza, que tuvo inicio el 27 de diciembre de 2008 y que finalizó el 18 de enero de 2009. Se trató de una verdadera masacre. Un genocidio en pleno siglo XXI. Aproximadamente 1.400 palestinos murieron a consecuencia de los bombardeos y los combates urbanos; la gran mayoría de ellos eran civiles. La organización israelí para los derechos humanos B’Tselem cifró en 1.387 el número de palestinos muertos, de los que al menos 774 serían civiles, 320 de ellos por debajo de los dieciocho años. La Franja de Gaza resultó completamente dañada y miles de edificios fueron destruídos, la mayor parte de ellos residenciales. Las Fuerzas de Defensa de Israel fueron acusadas de haber cometido crímenes de guerra durante el conflicto por distintos informes de Naciones Unidas, Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
Los tanques israelíes y los vehículos blindados arrasaron el 18% de las tierras de cultivo de Gaza: huertos, campos, invernaderos y sistemas de riego quedaron pulverizados. Gaza podía producir 400.000 toneladas de alimentos al día, de los cuales un tercio eran frutas y verduras para la exportación a Europa y para proveer una cuarta parte de las necesidades alimentarias de su población. Hoy Gaza depende de los víveres procedentes de Israel, que antes del bloqueo en 2007 suponían un 17% y ahora alcanzan el 74%.
A los pescadores de Gaza se les impide pescar más allá de tres millas náuticas desde la costa, lo que limita sus capturas, y causa más empobrecimiento y malnutrición. Para peor, Israel vierte diariamente 80 millones de litros de aguas cloacales parcialmente tratadas en ese mismo sector marítimo, con el único fin de envenenar a los palestinos. Como si esto no fuera suficiente, las bombas y cohetes de Israel destruyeron también la red de suministro de agua potable: los principales depósitos de almacenamiento y 30 kilómetros de la red de tuberías fueron arrasados. Como no ha sido posible la reconstrucción, y el suministro eléctrico es tan intermitente, 8.000 personas siguen sin acceso a tuberías de agua, el 90% de esa agua no cumple con las condiciones de salubridad de la Organización Mundial de la Salud, y los altos niveles de nitratos ponen un peligro mortal para los bebés recién nacidos. La diarrea, una enfermedad fácilmente evitable, es responsable del 12% de las muertes de los menores en Gaza.
Luego del ataque, la mitad de los hospitales, centros de atención primaria y ambulancias quedaron inutilizables. A su vez, los cortes de suministro eléctrico imponen intolerables restricciones que obligan a los palestinos a depender de tratamientos médicos en el exterior, pero los sionistas le niegan la salida de Gaza incluso a enfermos graves para su tratamiento en Cisjordania, Jerusalén Oriental y Jordania. Según Israel, hasta los enfermos terminales son “terroristas”. El ataque también hizo blanco sobre 18 escuelas y dañó al menos a otras 288. Como se ve, la agresión fue contra la comunidad palestina en su conjunto.
Operación “Margen Protector”: Segunda masacre de Gaza
La Segunda Masacre de Gaza, también denominada “Operación Margen Protector”, fue otra operación militar llevada a cabo por las Fuerzas de Defensa de Israel en la Franja de Gaza iniciada en julio de 2014. Israel afirmó que el único objetivo de la operación era atacar a Hamas, el partido político nacionalista palestino que gobierna la Franja. Sin embargo, diversas organizaciones de Derechos Humanos acusaron a Israel de llevar a cabo un ataque indiscriminado contra todos los palestinos. Fueron asesinados aproximadamente más de 2.000 personas, entre las cuales se contabilizan a casi 500 niños.
Israel: el único régimen del mundo que encarcela y tortura a los niños
Israel es uno de los pocos regímenes en el planeta que encarcela a niños. La violencia física contra los jóvenes palestinos detenidos por las fuerzas israelíes en la ocupada Cisjordania registró un crecimiento inaudito en los últimos tiempos. Según la organización Defensa de los Niños Internacional-Palestina (DCIP), el 86% de los niños ha experimentado alguna forma de violencia física durante su detención o interrogatorio. Esta organización informa de los brutales tratos a los que son sometidos sistemáticamente los menores en los centros de detención del régimen de Tel Aviv. De acuerdo con su reporte, casi todos los niños entrevistados habían sido interrogados con las manos atadas y los ojos vendados, mientras que casi el 55% tuvo que pasar un registro corporal bajo custodia.
Las autoridades israelíes le niegan a los menores palestinos el derecho a estar acompañados por un familiar durante las distintas instancias de su detención. El régimen de Tel Aviv es el único en el mundo que procesa a los niños en tribunales militares, en los cuales carecen de garantías básicas y fundamentales de un juicio imparcial. Para la legislación israelí, si un chico palestino le arroja una piedra a un soldado sionista que invade su barrio o entra por la fuerza a su casa, la condena es de 20 años de prisión efectiva. UNICEF clamó en 2013 por Justicia, pidiendo que se terminen los ataques a los menores. El organismo advirtió que las torturas son “extendidas, sistemáticas e institucionalizadas”.
La barbarie del colonialismo israelí
Israel se convirtió en un ocupante de índole colonial, que somete al pueblo palestino de Gaza y Cisjordania a un dominio absoluto en todos los planos y transforma el territorio palestino en una cárcel a cielo abierto, donde sus habitantes soportan todos los horrores del colonialismo. Entre 1967 y 2015 Israel demolió 27.000 casas de palestinos, lo que se justificó con la excusa de que sus habitantes eran “terroristas” o tenían nexos familiares con alguno de ellos. El objetivo central de Israel estriba en apoderarse de la tierra de los palestinos con la perspectiva de expandirse sin control alguno para construir el “Gran Israel”.
Durante 70 años los palestinos se han rebelado contra el poder de Israel, que es sostenido en forma directa por los Estados Unidos, el cual le concede anualmente miles de millones de dólares en ayuda militar. Este respaldo ha envalentonado siempre a los sionistas, quienes masacran a la población palestina, recurriendo a diversos pretextos, entre ellos la supuesta “legítima defensa”, cuando ellos son los agresores y ocupantes de los territorios palestinos.
Boicot contra Israel: El mundo se rebela contra el sionismo genocida
A pesar del respaldo de las potencias, las comunidades libres del mundo ya no están dispuestas a tolerar la barbarie sionista. Uno de los movimientos más importantes es el BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), el cual gana cada día nuevas e importantes adhesiones en la sociedad civil y empresarial europea. Nacido en 2005, este proyecto busca que se le ponga fin a las políticas de genocidio, colonialismo y apartheid que ejerce el sionismo sobre Palestina. Según explican sus promotores en el portal BoicotIsrael.net, las formas de sabotaje al régimen de ocupación son las siguientes: comercial (rechazo a comprar productos israelíes); académico (ruptura de relaciones con las universidades israelíes); cultural (artistas internacionales que se niegan a actuar en Israel y boicot de artistas israelíes que cuentan con apoyo institucional de su país, a menos que renuncien a dicho apoyo, ya que Israel los utiliza para limpiar su imagen); deportivo (rechazo a la participación de equipos israelíes en competiciones internacionales); sindical (ruptura de relaciones con sindicatos israelíes); e institucional (ruptura de relaciones institucionales con las autoridades israelíes).
Ahora, debe ser la comunidad internacional y los gobiernos los que tienen que imponer sanciones políticas y económicas sobre Israel, incluyendo un embargo de armamentos. Todas las organizaciones comerciales y empresariales deben movilizarse también en campañas de desinversión y boicot. Esos esfuerzos tienen como objetivo obligar a Israel a aceptar e implementar las resoluciones internacionales. Agotadas las vías del Derecho para modificar el ilegal comportamiento israelí, llegó la hora de hacer presión para aislar este régimen de ocupación y apartheid. No existe posibilidad de reconciliación entre ambos pueblos mientras los Derechos Humanos de la población palestina no sean garantizados. Los Derechos Humanos que son universales, indivisibles e interdependientes, no son respetados por Israel.
En Argentina, Bandera Vecinal, expresión político-electoral del Nacionalismo, es el único partido político del país que propone la inmediata expulsión de la delegación diplomática sionista hasta que Palestina vuelva a ser libre.
Esta tragedia ocurre ahora mismo, en nuestros tiempos. No la vamos a ver en las películas de Hollywood, ni la reflejan en su real magnitud los multimedios de comunicación del sistema, pero es horriblemente real. Hoy más que nunca, levantemos nuestra voz y exijamos: ¡Palestina Libre! ¡Palestina para los Palestinos!